La generación actual recuerda bien la epidemia de grippe que en 1889 á 90 causó en toda Europa tantas víctimas, y más atacados que ninguna otra epidemia de las que modernamente se han presentado.
Desde1890 se han presentado en Madrid, como en toda Europa, durante los inviernos principal mente, casos esporádicos de grippe, que todo lo más han constituido pequeñas endemias. Pero actualmente va tomando el aludido catarro ( catarro ruso lo llamaron también por su procedencia en 1889) caracteres un poco alarmantes, porque tiende a generalizarse.
Sin embargo, debemos tranquilizar á los lectores de esta revista. Hay motivos para suponer que no volverá con los estragos de la última vez ni con la tenacidad de 1847, 1830, y 1800 porque en los que la padecieron se crea una especie de vacuna, que si no impide, mitiga los efectos. A enemigos nuevos hay que temer más que á los conocidos, aunque vengan enmascarados. Es más; aún los individuos que no han pasado por la epidemia alguna, están endurecidos contra ellas: la vacuna se hereda también en mayor o menor grado, y ese es el modo de domesticar a los microbios, que con gran virulencia quieren y no pueden hacer de las suyas.
Y la manera mejor es evitar que lleguen a nosotros las partículas de saliva y secreción catarral que arrojan los agripados, lo cual no siempre sera factible, pues flotan en la atmósfera, y mas y mejor en aquellas donde se junta mucha gente.
Convendrá, además, hacerse diariamente cuidadosa toilette de boca y narices: en la primera, con disoluciones de bórax, en agua templada, y en la segunda, con pincelaciones, todo lo más adentro que sea posible, empleando aceite y mentol al 5 por 100.
Y si A pesar de estos procedimientos se sienten escalofríos, quebrantamiento general y catarro, guardar cama y no tomar líquidos ni solidos en veinticuatro horas, sino unas gotas de las tinturas mezcladas de árnica y acónito, 30 al día.
Dejemos a los médicos que manejen la quinina, antipirina y demás drogas que no se pueden manejar sino con gran discreción.
Dr. Pinilla.
22/01/1905 pag. 117
Increible
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